lunes, 18 de enero de 2010

Haití


Nos acostumbramos a ver lo bello pero también lo triste como si fuera justo. Todos los días algo delante de nuestros ojos es horripilante y así lo dejamos, como si estuviese bien que exista. Como si no fuera asunto nuestro. Pasa en los subtes, en las entradas a los teatros, en las puertas de las iglesias. Siempre hay alguien ante quienes hacemos la vista gorda. Alguien a quien no conviene siquiera mirar. La capacidad humana para abstraerse del dolor es infinita.
Pasa estos días con Haití. Se puso de moda para los ojos. Es una zona lejana que está ahí, que se nos presenta en forma de pantalla de televisor. Haití es una noticia, una fotografía del dolor, una curiosidad de la naturaleza, un terremoto, un país del submundo. Adentro de Haití hay dolor. 140.000 muertos que parecen postes de árboles apilados, escenografías de una película de terror hollywodense. Si Haití fuese Uruguay, estaríamos conmovidos. Si Haití fuese Argentina, estaríamos desechos. Sin embargo Haití nos parece un lugar ajeno, catastrófico, atrayente al morbo visual.
Hay dolor propio hay que atravesarlo. Pero también sería provechoso dejarse atravesar por el dolor de los demás de vez en cuando. Porque la tierra puede temblar en cualquier lado.