jueves, 28 de enero de 2010

Miedo


Hay un miedo grande que debo admitir: el miedo a hacer siempre lo mismo. El miedo a escribir igual, mecánicamente, en serie. El despertarme un día y hacer de mi escritura algo automático. No evolucionar.
Cada día escribo kilómetros de tinta. Mares de pavadas o de cosas irrelevantes (y muchas, claro está, revelantes) y me pierdo en ese juego de tipear en velocidad. Entonces tengo miedo a hacer lo mismo que ayer. A que los dedos no tipeen nada nuevo, a no descubrir otras formas de escritura y que los demás lean esencialmente lo mismo. Tengo miedo a no ser objetiva ni criteriosa, a no saber discernir la porquería. Espero, para ese entonces, si esa pesadilla se cumple, tener gente cerquita para que me zamarree.

martes, 26 de enero de 2010

Sobre los riesgos


¿Será cierto que cuanto uno más adulto, menos se entrega a los demás? ¿Que la amistad pierde el valor de la adolescencia en la adultez?. ¿Que los para siempre empiezan a diluirse y vamos por la vida más precavidos? ¿Será que con la adultez se vuelve uno más frágil, menos dispuesto a ser usado y se ataja cerrando puertas?
Detesto a las personas que piden ayuda a los amigos “bombero” (esos que disparan ante la mínima necesidad para auxiliar) y cuando el incendio cesa, prescinden de ellos. Aunque forma parte de la madurez entender que la cuestión no es dejar de ser bombero, sino arriesgarse a apagar incendios aún cuando nadie nos reconozca el habernos puesto en juego.
Anoche el círculo de cristal volvió a reunirse y el tema de la noche –uno de los tantos--fue “El riesgo”.
Si hay algo que agradezco a ese círculo es el habernos vuelto a reunir en la vida, aún cuando algunos incendios nos atravesaron e hicieron temblar los cimientos en algún momento. De eso se trata justamente TODO. De correr los riesgos.

domingo, 24 de enero de 2010

Pantallazos


Si hay algo que amo de mi profesión es la posibilidad de lo que llamo “el pantallazo”: destellos de lo que podría ser una vida que no es. Invitaciones a viajar al otro lado del mundo en hoteles lujosos a los que les sobran estrellas, encuentros con personalidades gigantes e inalcanzables... Toda esa vida es fugaz. Dura lo que dura una entrevista. Son pantallazos de lo que podría ser otra vida que no es la nuestra.
Muchos se suben a ese espejismo, creyendo ser parte y terminan en caída libre, bajando con la rapidez con que ascendieron, dándose contra el piso. Otros, soñamos apenas unos días y sabemos aterrizar de ese castillo de naipes que con un soplido se desploma.
Los pantallazos son útiles. Nos hacen vivir otras vidas que no son la que realmente vivimos. Nos sacan de la rutina, nos despabilan, nos sacuden y nos oxigenan cuando el oxígeno es limitado. Un pantallazo es una invitación a ver cómo sería lo que no es.
En unos días viviré ese pantallazo en Barcelona.
“Si Déu vol”. (Ya estoy practicando catalán y eso se traduce como “si Dios quiere”).

jueves, 21 de enero de 2010

Efecto Balsa


Pipo Pescador -entrañable entrevistado- me obsequió un libro sobre los sueños realizados. Destaco un rinconcito del texto que habla de las balsas en la vida. De esas balsas que uno toma y no son más que balsas hacia otras orillas a las que no pensábamos llegar. Momentos, personas, trabajos, oportunidades, sorpresas, proyectos, que no son definitivos sino que sirven para llegar a otros lugares impensados. Intermediarios que nos cruzan de orilla a orilla.
No hay nada más fantástico que lo impredecible. Que esos puentes que desembocan en nuevas aguas.

miércoles, 20 de enero de 2010

Los no-lugares


Alguien me habló de los no-lugares y comencé a investigar sobre un autor (Marc Augé), que desarrolla el tema con simpleza. Se refiere a los espacios donde circula gente anónima constantemente, espacios donde grupos humanos conviven horas o segundos sin intercambiar palabra o intercambiando tan pocas que las relaciones son efímeras y pronto olvidables. Puntos que apenas permiten cruces de miradas. En definitiva, lugares que dan cuenta de la soledad humana. Augé habla de aeropuertos, supermercados, autopistas, cines... No habla de estadios de fútbol, pero bien podrían estar incluidos en la lista.
De lo que tampoco habla es de la soledad en los sí lugares. Considero que en esos lugares de tránsito las personas pueden encontrarse con la misma certeza de que pueden desencontrarse en supuestos lugares que los aglutinan y unen.
La cuestión no serían entonces los lugares, sino las personas.

lunes, 18 de enero de 2010

Haití


Nos acostumbramos a ver lo bello pero también lo triste como si fuera justo. Todos los días algo delante de nuestros ojos es horripilante y así lo dejamos, como si estuviese bien que exista. Como si no fuera asunto nuestro. Pasa en los subtes, en las entradas a los teatros, en las puertas de las iglesias. Siempre hay alguien ante quienes hacemos la vista gorda. Alguien a quien no conviene siquiera mirar. La capacidad humana para abstraerse del dolor es infinita.
Pasa estos días con Haití. Se puso de moda para los ojos. Es una zona lejana que está ahí, que se nos presenta en forma de pantalla de televisor. Haití es una noticia, una fotografía del dolor, una curiosidad de la naturaleza, un terremoto, un país del submundo. Adentro de Haití hay dolor. 140.000 muertos que parecen postes de árboles apilados, escenografías de una película de terror hollywodense. Si Haití fuese Uruguay, estaríamos conmovidos. Si Haití fuese Argentina, estaríamos desechos. Sin embargo Haití nos parece un lugar ajeno, catastrófico, atrayente al morbo visual.
Hay dolor propio hay que atravesarlo. Pero también sería provechoso dejarse atravesar por el dolor de los demás de vez en cuando. Porque la tierra puede temblar en cualquier lado.

Lluvia

Diluvió. Me empapé.
Siempre sueño con hacerle frente a una tormenta, ser tan valiente como para no usar paraguas y dejarme atravesar por el agua hasta que me caiga. Pero caen tres gotas y allí estoy cuidando de no mojarme, de no despeinarme. Entonces siempre prometo que la próxima vez que llueva me animaré a la aventura de desafiar a la lluvia. De hacerle frente con el cuerpo. No sé qué regla interna siempre me frena. No sé cuando será el día en que aprenda a reírme de la tormenta, le pierda miedo e interiorice eso de que “Siempre que llovió paró”.
Hoy mi papá vino a buscarme con piloto y paraguas. Y no pude cumplir con ese cometido de no ahorrar en agua y dejarme empapar. Aunque confieso que resultó lindo sentirme tan resguardada. Siempre hay un niño interior (una niña en este caso) pidiendo que lo resguarden de la tormenta.

viernes, 15 de enero de 2010

Cristal


Y sí, vivo en una cajita de cristal. En una que me inventé para que muchas cosas no me rozaran. Pero no creo que eso sea tan condenable. Así como las personas se unen en guetos, clanes, cofradías de acuerdo a sus principios, yo también lo hago. Me uno a las personas parecidas –o esencialmente parecidas--, a quienes viven en sus cajitas de cristal, a quienes se inventan un mundo para que el que les tocó en suerte no lastime tanto. Uno menos frívolo y descartable.
Trato de ser tolerante con todo el mundo, pero selecciono cuidadosamente a quienes pueden entrar en esa caja de cristal sin quebrarla ni romperla.
Desconfío primero y recién después confío. Una sutil manera de poner un filtro. Porque no se puede ser amigo de todo el mundo. No se pueden abrir las puertas de un reino de cristal tan frágil.
Anoche vino a cuento el tema de la caja de cristal y los aviones. Ideas muy inspiradoras para mis próximas obras. Gracias a ese Círculo (o gueto) de cristal por tan inspiradora charla.
(Arezzo, 14 de enero de 2010).